18.5.10

El caso de la araña digerida.


Hace ya tiempo que escuché la leyenda urbana de la araña que nos tragábamos accidentalmente. ¿No lo habéis oído? Bueno, pues yo sí. Según cuentan nos comemos una X cantidad de estos simpáticos invertebrados durante nuestra vida mientras dormimos, ya que por alguna razón que solamente ellas conocen se acercan a nuestras bocas y nosotros al abrirla nos las tragamos. Lo que ya no sé es si también las masticaremos. El caso es que estando en plena meditación en la orilla de la playa, poco antes de ponerme a practicar tai chi, mi amiga Audrey me comentó la posibilidad de investigar tal curioso fenómeno, por lo que una vez más me dispuse a embarcarme en una nueva aventura, por lo que me dirigí a mi escondite para vestirme con mi abrigo de investigador, que por cierto, seguramente lo cambiaré la semana que viene por mi chaleco de NOKIA de muchos bolsillitos porque ya hace calor. 


Una vez preparado le pregunté a Audrey si sabía cómo podía empezar mi investigación, pues aunque mi experiencia fuera reconocida internacionalmente, jamás me las había visto con un gran e inmenso grupo de arácnidos. Ella me contestó que la mejor manera de comenzar era acostarme y dormir, cosa que no me costaría mucho trabajo, pues soñar es mi segunda afición después de tumbarme en el sofá, por lo que éste parecía un caso hecho a mi medida.

El problema principal se planteaba cuando pensé en la posibilidad de tragarme una araña y no enterarme, a no ser que quisiera ser demasiado meticuloso en el infravalorado arte de escarbar entre mis propios excrementos durante el resto de mis días. Deduje por mi mismo que ese no era un buen plan, por lo que opté por el plan B.


El plan B era sencillo, pero se necesitaba de grandes dosis de paciencia. Un don sólo presente en un pequeño grupo de humanos. Tenía que dormir y dormir sin descanso hasta que diera la casualidad de despertarme y encontrarme una araña pegada a mi labio deseosa por entrar en mi estómago. Sinceramente, me imaginé un bichito haciendo fuerza con sus patas para abrir mi boca y colarse, pero después descarté ese pensamiento el día que vi un documental de la nasional lleografic sobre insectos y arácnidos. Así que comencé mi perfecto plan B.


Decidí acostarme y entrar en sueño tantas veces que tendría que estar durmiendo por lo menos una vez al día durante el resto de mi vida, preferiblemente de noche, pues es cuando estos animalitos se sienten más seguros para corretear por las casas y jardines varios. Sin más remedio noche tras noche me dirigía a la cama para comenzar a trabajar. Repetí esa operación durante casi treinta años, hasta que el día llegó.


Hay veces que cuando Dios decide ponerse generoso no hay quien lo pare, pues antes de acostarme vi una araña pegada en la pared en la que se apoya mi cama. ¡Esta es la mía! Pensé yo con ansias de acabar tan dura misión. Y ya que la noche anterior no dormí, faltando a mi deber como investigador, ya que salí con unos amigos para despejarme, sabía que el arácnido tendría tiempo suficiente para introducirse en mi estómago. 


Al día siguiente, al despertarme, no vi a la araña, ni tampoco notaba pesadez en el estómago de haberla digerido, por lo que deduje que escapó o bien se metió en una de mis orejas. La sorpresa vino horas después cuando la vi tumbada en mi propia cama. Mi alegría fue colosal, pues mi misión había terminado. Todo gran esfuerzo debe de ser recompensado.


 

CONCLUSIÓN:

El mito de las arañas es totalmente falso, pues si esa misma que yo vi no quiso ser deglutida, encontrándose muy cerca de mí, significa que ninguna otra querría pasar por tan raro y desagradable destino.


 

Y lo más importante. Audrey se sintió feliz.

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